En
algunas casas existía una habitación destinada al despacho, que también cumplía
la función de biblioteca. Este era el espacio consagrado a la
concentración, al trabajo, a la eficacia y a la vida pública, lugar donde se
tomaban las decisiones importantes y donde los niños tenían
prohibido entrar. Los muebles del despacho generalmente eran un escritorio,
varios libreros, un sofá y dos butacas de cuero. Indudablemente, el más
importante de estos era el escritorio, mueble de elegante armonía y de
olores profundos a madera, cuero, tinta y papeles viejos; con un abismo de
gavetas diminutas y pequeños compartimientos destinados a almacenar los
registros del contable, el correo
financiero, archivos, cartas, los pliegos del poeta
y hasta un cajoncillo casi oculto en el que se podían enterrar las pruebas del
más terrible de los secretos…
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